martes, 23 de enero de 2024

 Antonio Papell

Guerra y clima

24 FEB 2023 6:50



En un mundo consternado por una peligrosa guerra en el corazón de Europa, la preocupación ecológica que lentamente se estaba abriendo paso se ha diluido.

George Soros, el rico financiero de origen húngaro que ha amasado una gran fortuna, que ha apoyado diversas causas progresistas y que ha logrado una gran influencia intelectual en occidente, acaba de publicar un análisis sobre la compleja realidad que nos acoge, en un mundo consternado por una peligrosa guerra en el corazón de Europa que absorbe y concentra todos los esfuerzos de la comunidad internacional. Mientras tanto, la preocupación ecológica que lentamente se estaba abriendo paso se ha diluido, postergada por la confrontación que acapara la atención preferente de todos los actores. En definitiva —dice Soros—, “mientras dos sistemas de gobierno se enfrascan en una lucha por el dominio global, nuestra civilización corre el peligro de colapsar por el avance inexorable del cambio climático”.

Explica Soros que este pasado mes de julio se produjo en Groenlandia un fenómeno meteorológico extremo: sobre la capa de hielo de varios kilómetros de profundidad, acumulada durante 1000 años, los científicos pudieron jugar al aire libre con bermudas y camisetas de manga corta. El derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia aumentaría el nivel de los océanos en 7 metros.

A finales de 2022 se producía en el Polo Norte otro fenómeno inédito: el círculo polar ártico suele estar aislado del resto del mundo por vientos que rotan en dirección contraria a las agujas del reloj y que mantienen frío el interior, en tanto alrededor permanece el aire caliente. El cambio climático ha roto este esquema, el aire frío se filtra al Sur desde el Ártico y produce grandes olas de frío (en los Estados Unidos, durante la Navidad pasada), en tanto el calor entra en el ártico y derrite el hielo. Según Soros, la lucha contra este cambio ya no se logra restringiendo la contaminación (la mitigación y la adaptación): es preciso invertir recursos en el saneamiento y en la restauración. Urge, en fin, “reparar” el cambio climático, provocando por ejemplo el “efecto albedo”, a base de nubes blancas que regeneren el clima ártico (la idea es del científico David King, y está ganando adeptos). Y ello obliga a tomar grandes y caras decisiones, antes de que sea demasiado tarde.

Mmientras el clima del planeta lo vuelve inhabitable, la atención de la humanidad está centrada en una guerra absurda que nos desangra y nos inutiliza"

En suma, la reflexión de Soros es inquietante y desoladora: mientras el clima del planeta lo vuelve inhabitable, la atención de la humanidad está centrada en una guerra absurda que nos desangra y nos inutiliza. Deberíamos detenernos un momento a reflexionar.

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 Lula, Odebrecht y Alejandro Toledo, por José Antonio Torres Iriarte

Opinión Martes, 25 de abril de 2023



José Antonio Torres Iriarte

Abogado y analista político

Brasil, bajo el liderazgo del Partido de los Trabajadores (PT) y del presidente Lula, promovió en toda América Latina la presencia de empresas constructoras como Odebrecht en la ejecución de las principales obras de infraestructura. No es casualidad que en los casos de corrupción que han marcado la política de varios países de la región, estén involucradas las constructoras brasileñas.

Brasil pretendió siempre tener hegemonía en toda América Latina, para cuyo efecto su política exterior durante la larga dictadura militar o desde el retorno a la democracia en 1985, estuvo marcada por determinados ejes, que ante un escenario internacional cambiante posibilitaron que Brasil por su dimensión, sus más de 200 millones de habitantes y el peso de su economía, se incorpore al BRICS al lado de Rusia, India, China y Sudáfrica. Brasil pretende ser el principal interlocutor latinoamericano ante los Estados Unidos o la Unión Europea

El Foro de Sao Paulo, auspiciado por el PT desde los años noventa, se propuso afianzar el liderazgo de un líder sindical emergente como Lula, en un contexto en el que Estados Unidos afianzaba su hegemonía luego de la Caída del Muro de Berlín. El Foro de Sao Paulo en el plano político, el PT y las empresas constructoras brasileñas se asignaron tareas en función de objetivos políticos y empresariales. No seamos ingenuos, los sucesivos gobiernos del Partido de los Trabajadores no sólo consolidaron el Foro como espacio político, sino que financiaron campañas electorales de determinados partidos políticos adscritos o cercanos al Foro de Sao Paulo.

En la campaña presidencial del 2011 fue evidente el apoyo generoso hacia Ollanta Humala como candidato presidencial, el mismo que se materializó a través del representante de Odebrecht en el Perú, quien cumplió instrucciones muy precisas del presidente Lula. Ollanta Humala había sido el candidato del chavismo en el 2006, quedando demostrado su complicidad abierta con Odebrecht y otras empresas brasileñas a lo largo de su gestión como presidente.

La trama de Odebrecht ha marcado la política nacional y latinoamericana, actuando con total impunidad a lo largo del tiempo. Lula gobernó entre el 2003 y el 2010, Dilma Rouseff lo hizo entre el 2011 y el 2016. Los primeros indicios de corrupción fueron revelados por el Departamento de Justicia de EE. UU., el juez Moro lideraba los procesos judiciales en Brasil que tuvieron un hito en la incriminación y arresto del expresidente Lula. Hoy Lula es presidente de Brasil por tercera vez y pretende asumir liderazgos extracontinentales, soslayando cualquier responsabilidad política. Odebrecht, para consumar sus acciones, tuvo aliados políticos, financió campañas electorales, apoyó a determinados medios de comunicación, no dudó en retribuir a periodistas, organizar actividades culturales o mantener vínculos con el Instituto de Prensa y Sociedad en el Perú.

Es oportuno precisar que el señor Gustavo Gorriti se erigió desde hace años como un vocero de la empresa Odebrecht. Desde inicios de 2017, no tuvo reparo en mantener una activa participación en medios de comunicación, a la par que se desarrollaban las investigaciones a cargo del Ministerio Público. Los nombres de Ollanta Humala, Nadine Heredia, Susana Villarán, PPK y Alejandro Toledo serían señalados como receptores de sobornos. Gustavo Gorriti, aliado de Alejandro Toledo e impulsor de la "Marcha de los Cuatro Suyos" en el 2000, desde el Instituto de Defensa Legal de manera reiterada sostuvo que Odebrecht había cometido "faltas" y que debía imponérsele multas, para que una vez canceladas continuara contratando con el Estado.

Gustavo Gorriti señaló el camino, delineó los pasos a seguir, para cuyo efecto sin el menor pudor, durante el gobierno sombrío de Martín Vizcarra, impulsar la judicialización de la política y convertir al Ministerio Público, liderado por Pablo Sánchez y luego por Zoraída Ávalos, en instrumentos políticos al servicio del vizcarrismo.

Hoy, que ha culminado la extradición del expresidente Alejandro Toledo, no podemos olvidar el papel cumplido por Gustavo Gorriti en la política nacional. La "Marcha de los Cuatro Suyos" en su momento expresó la protesta ciudadana contra la reelección de Alberto Fujimori y la hegemonía del montesinismo en la política nacional. No podemos soslayar que el Perú en el año 2000 sufría los efectos de la crisis internacional del sudeste asiático iniciada a mediados de 1997, que un año después causaría estragos en el sistema financiero nacional. Más allá de la estabilización de la economía en la década de los noventa, el Perú aún mantenía niveles muy altos de pobreza (por encima del 50%) y ciertamente el descontento popular crecía ante evidentes señales de recesión y desempleo.

El fujimorismo optó por la reelección y desató la respuesta ciudadana que capitalizó políticamente Alejandro Toledo. No olvidemos los aportes de George Soros, ni la presencia de Gustavo Gorriti al lado de Alejandro Toledo, ni cómo un personaje vinculado al periodismo nacional empezó a ser un operador al servicio de determinados intereses. Durante el gobierno de transición que presidió Valentín Paniagua, se sentaron las bases de una nueva correlación de fuerzas políticas, con la presencia de ministros vinculados a la cooperación internacional, con una mirada marcada por una agenda globalista en ciernes.

Alejandro Toledo debe responder, como deben hacerlo varios de sus exministros, asesores y colaboradores. Si la renuncia por fax de Alberto Fujimori marcó una etapa, el retorno al país de Alejandro Toledo puede convertirse en una oportunidad para que el país recupere la memoria, deje de lado la ingenuidad y exija que el Ministerio Público y el Poder Judicial cumplan su misión. Hoy que se habla de poner fin a la impunidad, es el momento de revisar los alcances del Acuerdo de Colaboración Eficaz con Odebrecht que pareciera que fue redactado en las oficinas del Instituto de Defensa Legal con la complacencia de Gustavo Gorriti y de la empresa Odebrecht.

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 INSTITUTO DE ESTUDIOS DE LA DEMOCRACIAGRACIÁN

El Derecho Penal y la ideología de género

El grave problema es que la reacción de los hegemónicos de la ideología de género, ante evidentes deficiencias técnicas de la ley y sus consecuencias, se queda en el insulto y la descalificación

 Actualizada 01:30



Llevamos años asistiendo a una hegemonía ideológica, la ideología de género. Sin embargo, en la actualidad, esa idea se ha transformado en algo que determina qué es la ley, y con ello, que las decisiones judiciales deben explicarse por factores ajenos a la ley. Este paradigma se ha hecho más que evidente en las propuestas legislativas del Gobierno de España, que, sin embargo, viene a demostrar la incompatibilidad que existe entre el concepto de género, asentado en la política y la ideología, y el derecho penal que tiene una base objetiva y científica.

En las discusiones sobre ideología y derecho penal, existen los mensajes con altos grados de criminalización de las conductas, a través del instrumento penal; y también existen los de la defensa de la sociedad a través de la neutralización de los criminales más peligrosos. Y en ambos casos suelen venir de quienes sostienen a fuerzas políticas que se benefician de la actual pérdida de sostén de la ideología jurídica estatal para ocupar amplios sectores de recursos políticos que se sirve del orden jurídico para disciplinar y oprimir a los «individuos» invocando la primacía del interés público sobre el privado bajo el pretexto de presentar problemas sociales como criminales, y ser enfrentados por el derecho penal.

Los problemas sociales definidos como «criminales» no pueden ser afrontados, con el instrumento de la represión penal, sino con la transformación de las relaciones sociales inherentes a tales problemas.

Las víctimas son muy a menudo los más débiles, y la única defensa de los débiles es un poder público que de verdad los represente y actúe por ellos. Ahora bien, la metamorfosis se produce cuando los derechos del imputado son devaluados.

Y aparecen así en el curso de la escena de la escena del enjuiciamiento penal no sólo la investigación de los hechos sino lo que se llama el descubrimiento de la verdad para que se haga justicia para víctimas excelentes e imputados impopulares por la ideología de género. Una cuestión adicional: el derecho penal de un Estado de derecho sólo distingue entre culpables e inocentes.

Y por ello que lo que corresponde evaluar es si resulta sostenible un modelo que otorga la prioridad al interés de la víctima abandonando la prioridad de los derechos del acusado, formando así una ideología penal que ha prestado su atención a las expectativas de las víctimas que al castigo de los culpables y todo ello a costa de la una técnica legislativa que no se sostiene.

No hablo de la eliminación de la distinción entre agresión y abuso sexual, que determina que se pasa a considerar que todo acto sexual sin consentimiento se enjuicie como agresión, desapareciendo el abuso, con lo que las penas para las conductas más leves se han reducido y las penas para las conductas más graves han aumentado. Sin embargo, todos aquellos que fueron condenados con la pena mínima o máxima conforme a la antigua normativa conforme a la actual regulación penal, están viendo cómo se revisan sus condenas.

En línea con lo dicho anteriormente, lo que se viene a destacar ahora es que el Código Penal vigente antes de la entrada en vigor de la llamada ley del 'solo sí es sí', ya se asentaba sobre la idea de consentimiento, aunque no incluya una definición del concepto, y consideraba punible todo acto de carácter sexual realizado sin el libre consentimiento, sea en la forma de agresión o en la de abuso sexual, bien porque no exista o bien porque estuviera viciado.

Sin embargo, con la definición de cuando no existe consentimiento, se olvida que el problema del consentimiento no es cuestión conceptual (qué deba entenderse por consentimiento) sino probatoria (cuándo existe o no consentimiento) y que las eventuales dificultades procesales de acreditar la ausencia de consentimiento no pueden trasladarse al ámbito de la tipicidad, mediante la incorporación de una definición normativa de un elemento típico.

Esa definición determina un aparente desplazamiento de la carga probatoria, pues parece configurar un elemento negativo del tipo cuyas distintas notas características (manifestación libre, actos exteriores, concluyentes e inequívocos y voluntad expresa de participar en el acto) deberían ser probadas por la defensa para excluir la tipicidad. De esta forma, se están alterando de modo sustancial las normas sobre la carga de la prueba en el proceso penal, con riesgo de afectación del principio de presunción de inocencia.

Y el grave problema es que la reacción de los hegemónicos de la ideología de género, ante evidentes deficiencias técnicas de la ley y sus consecuencias, se queda en el insulto y la descalificación, calificando a quienes así lo manifiestan con criterio jurídico, de «machistas» e «insensibles».

Toda ideología radical tiende a exagerar el fracaso del sistema de valores del status quo social, y no es preciso insistir sobre el hecho de hasta qué punto la ideología de género está formulada por ideas falseadas que al simplificar situaciones de naturaleza compleja lo único que pretende es hacer posible un cambio social indeseable.

  • Gracián
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EL WOKISMO COLONIZA LAS EMPRESAS

Dylan Mulvaney o la crueldad del «capitalismo moralista»

Anheuser-Busch incendió las redes sociales cuando el gigante de la cerveza Bud Light celebró "365 Days of Girlhood" del activista transgénero Dylan Mulvaney con una promoción polarizadora. (Instagram)



KARINA MARIANI

  • ABRIL 16, 2023

La empresa Anheuser-Busch, productora de la famosa cerveza Budweiser, quedó atrapada en una controversia cuyos resultados aún están por evaluarse. Resulta que para promocionar uno de sus más exitosos productos: Bud Light contrató a la estrella tiktoker transgénero Dylan Mulvaney. La ocasión era una especie de cumpleaños en el que se conmemoraba el comienzo del tratamiento hormonal de Mulvaney, popularmente conocido como «transición». Durante el último año, Dylan viene posteando día a día los efectos del tratamiento en su cuerpo, en una serie titulada «Days of Girlhood» (Días de la niñez femenina), en la que habla de los vaivenes de su «segunda pubertad» ante una audiencia de varios millones de almas. El marketing es el marketing y no hay nada que hacerle, cuando las marcas ven brillo comunicativo van como mariposas al fuego, así que, a medida que Dylan concentraba la atención de millones, las propuestas comenzaron a llegar. 

Uno a uno aparecieron contratos con Ulta BeautyInstacartKate Spade, y varios más. Bud Light estableció un acuerdo de patrocinio orientado a redes sociales para que Mulvaney promocione el producto a sus seguidores, permitiendo asociar su imagen a la lata. La disonancia entre el perfil de consumidor de Bud Light y el perfil de Dylan provocó un cortocircuito que desató la polémica y un masivo llamado al boicot. En paralelo a este escándalo surgió uno casi calcado, la empresa Nike contrató a Dylan Mulvaney para promocionar sus ropa deportiva destinada a mujeres. Esto ocurrió justo en el momento en el que se desarrollan múltiples disputas alrededor de la participación de las personas trans en los deportes femeninos. Pero más allá de las posturas acerca de si llamar a Dylan con uno u otro pronombre, lo que incontrovertidamente no se puede hacer es describir a Dylan como deportista, entonces ¿Qué demonios está haciendo Nike? ¿Ganan o pierden Bud Light o Nike con esto? 

La pregunta no es simple porque a esta altura es difícil describir qué cosa sería ganar o perder, y esta es la clave del problema. En los últimos tiempos más y más empresas han sufrido las consecuencias de decantarse ideológicamente hacia una postura woke extrema, es bien conocido el dicho que reza «Get Woke, Go Broke». Pero existen innúmeros ejemplos de marcas que han experimentado pérdidas y sin embargo se han aferrado a su estrategia de marketing. Las empresas no son mayormente suicidas, lo hacen porque terminan obteniendo, por otra ventanilla, todo tipo de beneficios financieros y políticos gracias a las certificaciones de inclusividad que son como las bulas papales del wokismo. Así que el supuesto efecto negativo de los intentos de boicot surgidos en estos días aún está muy verde y nada nos hace pensar que madurará.

Estamos ante una etapa curiosa del capitalismo, cuesta sostener algunas categorías económicas y políticas, propias del siglo pasado, debido al sólido matrimonio establecido entre las burocracias estatales y las corporaciones, que desdibuja cuestiones como los beneficios y la competencia. En esta etapa dominada por el «crony capitalism» las empresas promueven una agenda ideológica a partir de la cual deconstruyen y reinventan a su consumidor, usando como guardianes de su ingeniería una serie interminable de regulaciones y coerciones impuestas por los gobiernos. El filósofo Miguel Ángel Quintana Paz describe esta etapa como «capitalismo moralista«. Este formato utiliza para su promoción personajes y consignas moralizantes sostenidos por alguna de las victimizaciones interseccionales, tan en boga, que no necesitan tener relación alguna con los productos ofrecidos. Porque lo que el capitalismo moralista ofrece no es la experiencia del producto sino la experiencia de la virtud y la sanación culposa.

Quintana Paz ejemplificaba al capitalismo moralista con una publicidad en la que la empresa de máquinas de afeitar Gillette culpaba a su público objetivo de tener una «masculinidad tóxica». El filósofo se preguntaba cuán sensato era ese maltrato a la hora de vender maquinitas, a la vista de cierta baja en la utilidades sufrida luego de la pieza publicitaria. A estas pérdidas, el directivo Gary Coombe contestaba que no le importaba perder dinero porque su acción moralizadora primaba, así que la caída en las utilidades era un precio que valía la pena pagar. En la misma tónica, la vicepresidente de Bud Light, Alissa Heinerscheid, aclaró que se enfoca en cambiar la imagen obsoleta de la marca para volverse más inclusiva, por lo que no le interesa alienar a su antigua base de clientes. 

Tanto Coombe como Heinerscheid muestran un cambio sustancial del enfoque empresario, alejado de la competencia y los rendimientos, y relacionado con una búsqueda de privilegios en virtud de los cuales pueden sacrificar un objetivo de corto plazo (vender maquinitas o latas) a cambio de uno de largo plazo (la categorización moral de la empresa que le permita acceder a beneficios prebendarios). Esta estrategia sólo se la pueden permitir las grandes corporaciones alineadas con una determinada agenda política. Estos modelos clientelares pueden resistir una baja temporal de ganancias y pilotear un escándalo o un boicot tranquilamente, a cambio se aseguran una barrera de entrada a otros competidores que no quieran o puedan pagar el costo de volverse ultrawoke. Si lo miramos tan fríamente como ellos, estamos frente a un mecanismo de adaptación del modelo empresarial al capitalismo moralista. 

Claro que está luego la parte más cruel: el tema de la instrumentalización de las víctimas de moda. Cuando le tocó el turno a Gillette estaba de moda el #metoo y ahora está de moda Mulvaney. Hace unos años estaba de moda Greta Thunberg o las tortugas marinas atacadas feroz y exclusivamente por sorbetes de plástico. Inmisericordemente, convierten a estos fugaces íconos victimizados en símbolo de virtud prefabricada lista para consumir. Por eso son íconos todoterreno. Sirven para la venta de hojas de afeitar, corpiños, cerveza o sillones masajeadores, no importa el producto, lo que se vende es una pauta moral y su instructivo de uso. La sobreexposición morbosa de la vida de Greta o Dylan son daños colaterales así como lo serán sus historias desechadas cuando pierdan brillo mediático. No son las causas trans, climática o energética lo que está en juego sino el perverso evangelio woke y su incesante desfile de ofrendas al altar de la virtud progresista.

Cada sociedad tiene su propio sentido de lo que constituye la moral, y no son ajenas las élites a esa constitución. Curiosamente, el progresismo que se percibe tan revolucionario y contrasistema es la base hegemónica que moldea la moral cívica desde que comenzó el siglo, en base a lo que él mismo denunciaba: la idea de norma construida por el imperialismo colonialista, atada a estructuras sociales. Hoy es el imperialismo colonialista woke el que impone normas morales como: redistribucionismo, igualitarismo, relativismo, autopercepción, malthusianismo, alarmismo y muchos otros ismos que se pueden encontrar del mismo modo representados en las estructuras sociales académicas, culturales, judiciales o políticas tanto en California, como Santiago de Chile, Barcelona, Londres, Bogotá o Ushuaia. Las mismas leyes, obsesiones y políticas públicas calcadas… si eso no es colonialismo, el colonialismo dónde está.

En sus promocionadas apariciones Mulvaney apeló a tropos estereotipados sobre las mujeres en busca de mimesis. Esos mismos estereotipos que para la época del #metoo (hace no más de 15 minutos en términos históricos) eran calificados de ofensivos y tóxicos. Primero fingió ignorar qué cosa era el March Madness y escribió : «¡Feliz March Madness! ¡Acabo de enterarme de que esto tiene que ver con los deportes y no solo decir que es un mes loco!» y luego publicó una serie de fotos y videos haciendo saltitos espasmódicos y torpes usando calzas y sostén deportivo de Nike. Nike, que es una compañía que alguna vez celebró el mérito atlético, decidió emular fetiches femeninos sin ningún mérito atlético para «renovar la marca».

Todas estas empresas han cosificado a Mulvaney como instrumento en esta extraña colonización cultural y religiosa que demanda alabanzas a modo de comunión. La actuación de Mulvaney es regresiva, puesto que ya había quedado en el pasado (y hasta era un insulto) describir o graficar el «correr como una niña» como sinónimo de falta de destreza o técnica y aquí tenemos a alguien haciendo una payasesca performance de lo que sería el deporte femenino. Definitivamente, Nike no está vendiendo su producto, dado que no hay desarrollo de su funcionalidad o de su aspiracional. Está vendiendo su colonización moral.

Curiosamente, la demonización de la normatividad occidental impulsada por progresismo impone al tiempo una nueva normatividad basada en su visión más extrema: el wokismo. Es un cambio fundamental en la forma en que calculamos el valor de un producto. Lo vemos en los íconos seleccionados como imagen de marca. Las afirmaciones ostensibles que hacen estos íconos destinados a aumentar el conocimiento de la marca son incoherentes en un mercado competitivo, pero son eficientes en un ambiente sofocado de corrección política, cultura de la cancelación o la vergüenza pública y de señalización de la virtud. 

Las decisiones de mercado se toman en competencia con otros, si mis únicas opciones son la sumisión o el desprestigio civil es claro que lo importante no es el producto sino el postureo. Esto es un dilema para las marcas: ¿Quién tiene el suficiente peso para influir sobre el consumo? La moralina normativa es, en consecuencia, por lo que compiten las marcas, las empresas calculan la utilidad de tal o cual moralización. Luego las turbas, mínimas pero intensas, apoyan o cancelan según la coyuntura o la moda, ante los ojos impávidos de una mayoría que apenas patalea y por períodos cortos, nada que una corporación no pueda aguantar. 

Para ser sinceros, hay barro en los zapatos de todos, los consumidores son o muy cómodos, o muy poco comprometidos con la defensa de los valores que creen subvertidos. Cada vez más se amoldan a la impotencia de ser manipulados desde todas las «estructuras sociales» profundamente infectadas de la hegemonía woke. Algunos encontrarán insultante la pérdida de sus estándares éticos y morales, tal vez ensayen estertores de resistencia, pero otros más numerosos no lo notarán o no les importará la implementación de este nuevo colonialismo. Luego, las empresas pequeñas, obligadas por los gobiernos a amoldarse a las normas conductuales wokistas para subsistir, terminarán aceptando o feneciendo.

El «producto Dylan Mulvaney» pasará de moda. Ojalá Dylan ahorre un poco. El «capitalismo moralista» seguirá su curso hiperadaptado al dogma woke, un dogma tan controlador y frustrante que con su sola existencia ha desarrollado una opresión irrespirable. No hay duda de que esta locura, este fanatismo y este sinsentido hacen ruido. Tiene que levantar alguna incomodidad que se convierta en una estrella de la opinión pública una persona cuyo mérito es transmitir, en vivo, la forma en que toma medicamentos. 

Pero no es Dylan, Greta o las tortugas marinas el centro del problema. De nuevo, son ofrendas sacramentales. La cuestión es si la incomodidad social, ante el avance de la normatividad woke irá más allá de un par de semanas de no afeitarse con Gillette o de dispararle a una lata de Bud Light. Porque si se trata sólo de estas acciones, estamos ante la picadura de un mosquito en el trasero de un hipopótamo. Gillette y Nike lo saben, por eso siguen su camino de adaptación sacrificando un par de dólares, un par de clientes y un par de víctimas sacramentales. Se entiende que no hay boicot lo suficientemente fuerte como para hacerlas desistir de los beneficios de las normas DEI y de la moralina pegajosa que ha atrapado a tantas compañías. 

Se preguntaba Quintana Paz si este era el mundo en que queríamos vivir, un lugar donde los burócratas y los CEO corporativos dictaminen la ética pública. A la luz de los resultados cuatro años después, viendo cómo el «capitalismo moralista» se ha hiperacelerado, pareciera que la respuesta es SÍ. Tal vez la solución no sea atacar las consecuencias sino las causas, por una cuestión de lógica y también por simple eficiencia. No es por el lado de atacar la decisión privada como se cambia esta distopía, es en el marco decisional del ciudadano, vale decir: la política, donde se deben hacer los boicots.

Sin los amañados criterios coercitivos de la liturgia woke, sin acciones afirmativas en favor del activismo identitario, sin leyes que atenten contra la igualdad ante la ley, sin dejar que el poder público ingrese a la vida privada de los ciudadanos; se termina el «capitalismo moralista» y su normatividad colonialista. Y el marketing empresarial deberá volver a mirar al mercado, a competir por la calidad de sus productos y no por el favor de un par de maníacos con Síndrome de Hubris.

 


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