viernes, 22 de mayo de 2020

LAS BODAS DEL TIRANUELO. LA DOTE DE ODEBRECHT.

LAS BODAS DEL TIRANUELO. LA DOTE DE ODEBRECHT.
Por Iván Oré 16.05.2020 @realbiopolitica
Una vez que el tiranuelo se deshizo de sus adversarios, se quedó para dominar la gran aldea. Pero el tiranuelo se sentía solo. Su pareja política, la muchedumbre que tanto había festejado sus bravuconadas y abusos contra los que ella misma había elegido, no le parecía al tiranuelo la candidata correcta por su deficiencia en llenar los requisitos propios de una compañera política, al fin y al cabo que era el tiranuelo sino un potentado extravagante con ínfulas, un mediocre exaltado proveniente de los arrabales de la gran aldea.
Pero antes de buscarse novia, el tiranuelo como buen vividor que era, busco cuidarse las espaldas, repartió el dinero de la muchedumbre entre los guardianes del barrio, entre los que supuestamente estaban para reprocharles sus abusos y prometió a su pareja política, la muchedumbre cuidar de su salud y educación, esto último es lo único que incumplió en su totalidad. La muchedumbre, su aclamante nunca le importó al don nadie advenedizo.
La nueva compañera política debe ser más sofisticada y no corriente, más culta y no ignorante, con más distinción y no vulgar. Es así que el tiranuelo descartó a su compañera de aventuras; la muchedumbre, que tan enamorada estaba de él por su violencia, su matonería y su machirulada atrayente.
Fue entonces cuando el tiranuelo encontró a la candidata perfecta, una madura de “buena familia”, sabía hablar portugués, y hasta tenía contactos en otras grandes aldeas, su elección era la ideal. Pero había un problema, una cosa es un mediocre potentado de un caserío minúsculo en las lejanías de la gran aldea; y otra, una magnate a cuyo ritmo de samba todas las grandes aldeas bailan. El tiranuelo sabía que era muy poco para ella, puesto que aún hasta el trono le quedaba grande, necesitaba algo más. Tenía que mostrar ante ella un amago de magnificencia, simular que no era un cualquiera aunque lo era en realidad, mostrarse como alguien importante, no bastaba con ser el bien amado de las encuestas que él mismo solventaba con el dinero de la muchedumbre, era necesario conectar con su pretendida, expresarse en el lenguaje de la samba, atraerla con una dote.
Dentro de un círculo social noble una dote es un conjunto de cualidades de los bienaventurados tales como la claridad, la agilidad, la sutileza y la impasividad, dones propios de los sencillamente afortunados. Pero tanto el tiranuelo como su pretendida carecían de toda expresión de nobleza tanto por dentro como por fuera, no eran claros, sino que se gustaban de disimular con hipocresías y arreglos sus osadías. Tampoco eran agiles, eran sí toscos y burdos. Mucho menos eran sutiles, puesto que la delicadeza y el ingenio no eran propios de ellos, y que decir de la impasividad de este par que todo lo resuelven rompiendo leyes o rompiendo manos. 
El tiranuelo comprendió rápidamente lo que necesitaba para acceder a su pretendida, una buena dote, medio millardo de sus monedas nativas. Como carecía de este monto no tuvo mejor idea dada por sus cortesanos que sacar de las arcas de la muchedumbre, la salud y educación de su amada de turno, podía esperar. Sus dos arfilscales se encargaron de efectivizar el pago a nombre del tiranuelo, estos trámites no eran dignos de ser tratados directamente entre personajes presuntuosos de tanta alucinada alcurnia. 
Con esto, la boda estaba servida. Fue todo un espectáculo a puertas cerradas. Asistieron los cortesanos palaciegos del tiranuelo, sus ayayeros, sus serviles obsequiosos, todo su séquito incluido, es decir, lo más desgranado de la gran aldea.
La muchedumbre, que se creía la favorita del tiranuelo no fue invitada y para evitar escándalos, fue impedida de asistir a la magna ceremonia, donde si fue lo más vulgar de la gran aldea, aquellos que creían que por estas cerca de vizcorpus vizcristi ya eran más que los menos mientras se llenaban la boca expeliendo la palabra “igualdad”. La muchedumbre tuvo que conformarse con mirar por una pequeña rendija la formalidad del cortejo y lo que vió, la dejo impactadamente perpleja. 
Había dos padrinos, los arfiscales, tomados por padrinos de la boda. La muchedumbre quedo afligida. Los arfiscales eran sus paladines, sus héroes contra la corrupción, gracias a este par, ella se sentía defendida en su falsa imagen de inmaculada, y así se podían distraer disimuladamente sus vicios e inequidades. Pero ahora estaba semidesnuda en sus inmundicias y sin un tiranuelo interesado en concretarle sus promesas. Pero había otro participante en este acto convenido de amor. Era un grotesco enanito que en su desproporcionada cabeza tenia estampada una dinámica gesticulante adusta y malhumorada. Este nibelungo barrial estaba atrás de la novia y corría los rumores entre los concurrentes que había de tener cuidado al dirigirle la palabra pues siempre andaba “en sus trece”, aunque eso no era obstáculo para fingir independencia frente al tiranuelo a cuya novia política le agarraba la cola del vestido nupcial. Un paje muy ocurrente.
Al final, la boda se dió y la dote se pagó. Fue tan maravilloso presenciar la huachafería bochornosamente expuesta en su máxima expresión. Para los cortesanos de palacio, más no para la muchedumbre que tenía puestos sus afectos en su bravucón de turno. Se sentía tan engañada pero como es propio de su naturaleza se empecinó en seguir disimulando, durante todas sus existencias la muchedumbre había renunciado a vivir de la realidad dura y agreste, y refugiarse en fantasías lo que le hacía disimular sus propios vicios y las iniquidades de sus premiados.
Hasta que un día, la muchedumbre tosió. El miedo la embargo. Creía que se iba a morir. Entonces se acordó de su tiranuelo quien le habría prometido velar por su salud y educación ilusionándola con construirle infinidad de cuidados en salud y educación para ella. Pero su amado tenía otros intereses y le ordenó no salir, quedarse en su casa y le aseguró una propina para tranquilizarla. Sin poder trabajar y el poco dinero o casi nada que recibía del tiranuelo, la muchedumbre se sintió cada día más débil, sin ganas para alzarse, cuando se percató que el tiranuelo sólo la había utilizado para manejar sus arcas a su gusto palaciego, ya era demasiado tarde pues la cobardía se unió a sus miedos terminando sometida al vividor de turno.
Un día el tiranuelo estaba durmiendo contento por haberse hecho de toda la gran aldea, por tener a sus pobladores llenos unos de miedo, y otros de respeto disimulado hacia él, se sentía incuestionable, intachable, intocable y poderoso cuando en sus sueños escuchó unas palabras saliendo de la oscuridad “toma lo que te mereces rufián”. El tiranuelo despertó absorto y dijo: “es sólo un sueño”.

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